Aunque parezca un maldito tópico, amarla lo era todo.
Amarla era azul, amarla era un café con demasiada azúcar, amarla era tan grande como el puto sol. Cuando tendía su melena en mis rodillas y desnudaba su perfil, amarla era un pincel que ensuciaba mi calle con su olor.
Cuando se marchaba, amarla era odiar el humo que jugaba entre su boca y su pulmón, y cuando lloraba amarla era convertirme en el estúpido que intentó secar el mar. Amarla era tocar el cielo cada vez que ella me abrazaba, y por tanto amarla era ignorar las veces en las que me empujaba hacia el infierno.
Amarla era sentarme en las sombras a esperar una luz que nunca llegaría, amarla era apuntarle; y dispararme.
Amarla siempre fue mucho más que amor.